¿Qué onda, banda? Bueno, pues cuando estoy aburrido escribo mierda, o compongo mierda o cosas así. Así que aquí pensé en compartirles una pequeña historia que comencé. No sé cuando publicaré el siguiente cap, pero aquí les dejo el primero a ver que les parece. No menciono locaciones geográficas por su nombre real porque… no sé, no se me antojó, prefiero sus sobrenombres. Aquí se los dejo
Dejando el desierto de las tabernas e Hispania, el inmisericorde sol del desierto se comenzaba a ocultar en el horizonte, cegando casi por completo al viajero Mustafa, que caminaba sin detenerse hacia el Oeste en búsqueda de llegar a las costas del Atlántico y partir hacia las tierras de Albión. La boca del viajero no había tocado agua en hacía más de 3 días y lo mismo podía ser dicho del alimento, sin embargo estaba decidido a no dejar que el desierto lo venciera. Bajo un guardapolvo marrón, viejo y gastado, se encontraban las prendas comunes del hombre y bajo la capucha del mismo se ocultaba su pálido y cansado rostro, sus serios ojos negros se encontraban cubiertos por su largo cabello del mismo color. Desde lejos aquella delgada figura se encontraba obviamente a punto de colapsar pero Mustafa no estaba concentrado en él… Mustafa no estaba concentrado en nada. Caminaba ciegamente hacia el sol poniente sin pensar en aquella sed que lo corroía o el hambre que sentía sin reflexionar en la arena en su rostro o el calor del desierto; tenía que hacerlo, por él y por aquella alma infantil que cargaba en sus espaldas. Aquel pequeño infante que lo acompañaba en su viaje y había colapsado bajo el peso del desierto. El viajero estaba tan cansado que no quería pensar; estaba tan cansado que no podía pensar. Coincidiendo con el momento en que el sol terminó de alumbrar Hispania, el cuerpo del viajero se colapsó, cayó rendido, boca abajo, en la arena, abandonándose a sí y al pequeño a la merced del desierto.
Isaías Mustafa, era un hombre de la península Ibérica con 32 años a sus espaldas, de la encrucijada del mundo. Alto, caucásico, de corto cabello marrón, ojos negros, barba de candado y con toscos rasgos en su rostro; no era más que un comerciante viajero, pero esta ocupación le permitía visitar varios sitios que normalmente un hombre no vería. Isaías tenía un vástago: Besir; al que se veía forzado a llevar consigo en sus viajes puesto que la madre del pequeño había sucumbido al parto de éste. Besir, en general, no era más que una versión en miniatura de su padre exceptuando su negro cabello, heredado de su madre.
En uno de sus muy numerosos viajes, Isaías se encontró en la buena fortuna de encontrarse en la Reina del Adriático en fechas de su famosísimo festival. Espectáculos, bailes, pirotecnia; asombroso es la única palabra que podría describirlo. El mercader no era ajeno a la ciudad de los puentes, pero sí lo era al ambiente algarabío de su festival, del que había oído descripciones bastante desagradables de parte de uno de sus conocidos en la ciudad, pero aquello que veía frente a sus ojos no encajaba con las visiones que se le habían descrito. Naturalmente, su pequeño deseaba unirse a las festividades por lo que lo llevó a la plaza de la ciudad para disfrutar de una obra teatral y posteriormente un espectáculo pirotécnico.
Música hermosa a volúmenes enormes, nobles y plebeyos vistiendo coloridos atuendos y pintorescas máscaras compartiendo danzas como iguales. Juglares causando deleite a impresionables públicos, concursos siendo celebrados en cada esquina; era una vista inimaginable.
Maravillado por lo que le mostraban sus ojos, Isaías perdió de vista a su pequeño, que decidió explorar la serenísima aprovechando su momentánea libertad. Besir giró en un pequeño callejón vacío, que contrastaba enormemente con la congestionada ciudad. Sin ver hacia donde iba, el pequeño chocó con un hombre que llevaba ropas de noble bajo una capucha negra.
-¡Mira hacia donde vas!- gritó el hombre encapuchado.
-¡Lo siento mucho!- respondió Besir, asustado por la voz molesta del hombre, poniéndose contra la pared.
Aquel hombre mantuvo silencio y se quedó inmóvil, sólo contemplando al pequeño. Al pasar unos cuantos momentos el hombre se quitó la capucha de la cabeza revelando un rostro excelentemente preservado que normalmente pasaría por un joven de 20 años. Ojos preciosamente azules, delicadas facciones en un rostro blanco y un largo e inusualmente brillante cabello castaño.
-Me recuerdas a un amigo mío, pequeño, su nombre es Isaías –dijo el hombre emitiendo una leve sonrisa- ahora vete y mira por donde corres ¿vale, pequeño?
-¡Es mi padre!- anunció Besir con un grito.
-No creo que Isaías Mustafa sea tu padre, pequeño, él es de un lugar muy lejano.
-Sí, es mi padre.- repitió el pequeño
-¡Besir Mustafa! ¿Hijo de Isaías? ¡No te veía desde que eras un bebé!
-¿Usted conoce a mi padre?
-Fausto Abbandonati, mi pequeño amigo, conocido de años de tu padre y…-comenzó a agregar con un tono notablemente más bajo.- hechicero… ¿has escuchado de ellos Besir?
-Pero claro, ¿quién no ha escuchado de ellos? –Exclamó el pequeño- pero pensé que sólo existían en los cuentos.- agregó, perdiendo el entusiasmo.
-Mi pequeño amigo –dijo el hombre- las artes mágicas son tan reales como los majestuosos canales que recorren esta ciudad o el cielo azul que se encuentra sobre nosotros. Nunca dudes de la existencia de algo sólo porque no lo puedes entender joven. Hablando de entender: ¿A qué han venido tu padre y tú a esta ciudad?
-Trabajo, señor Fausto, mi padre ha traído un cargamento y recibirá uno también para llevarlo de vuelta a…
-A Nueva Roma, sí.
Besir no supo como continuar aquella conversación, por lo que después de un breve silencio dijo:
-Probablemente mi padre esté preocupado porque me marché sin aviso, debo irme, señor Fausto
-¡Espera!-dijo Fausto mientras tomaba al chico por el hombro- permíteme darte un pequeño regalo, tal vez esto disipará tus dudas.- Fausto levantó su brazo izquierdo y sus dedos índice y medio. Los giró rápidamente y una luz del color del cielo nocturno iluminado por la luna los envolvió, dejando escapar pequeñas chispas de color albo.
Abbandonati dio un pequeño golpe en la frente de Besir que inmediatamente se iluminó del mismo color que habían tenido los dedos del hombre hace unos momentos. Segundos después el resplandor se disipó y Besir se marchó asintiendo con la cabeza; incapaz de formular palabras por el asombro que había dejado en él aquel acto.
Isaías navegaba por las calles llenas a más no poder y repletas de un inusual júbilo, causados por aquel famoso carnaval en el que, por una noche, aquellos de sangre noble ocultarían sus rostros y se codearían con el resto de la sociedad. Buscaba angustiadamente a su hijo llamándolo con gritos que apenas sobrevivían a la algarabía de la multitud.
Años habían pasado desde la última visita de Isaías a la Reina del Adriático pero todavía recordaba cómo moverse por sus calles. Sin embargo: Azar, más que otra cosa, fue lo que manejó las cuerdas para la coincidencia de eventos que aconteció: Isaías había tomado la misma ruta que su pequeño, y como resultado, éste había escuchado sus llamados.
-¡Papá!- respondió Besir con entusiasmo corriendo a los brazos de tu padre.
-¡Gracias a Diós! Besir, estaba tan preocupado-dijo el padre abrazando a su vástago- ¿Quién es ust…-Isaías no pudo terminar la oración, pues al mover la vista hacia el hombre que estaba con su hijo inmediatamente reconoció a su viejo amigo, gritando su nombre con emoción.
-Es un placer el encontrarnos de nuevo, Isaías- respondió el italiano con alma.
-¡Y que lo digas! Que casualidad que hayas encontrado a mi pequeño. ¿Cómo has estado? ¿Continúas con tus extraños proyectos?
“¿Qué proyectos?” Se preguntó Besir al escuchar la pregunta. Es algo que vale la pena ponderarse; Fausto era un hombre con un talento innato para la pintura, pero sus intereses se alejaban mucho del pincel y el lienzo. Fausto era un hombre fascinado por las “artes ocultas”. No tenía propósitos de usarlas para beneficio propio o ajeno, simplemente era un tema que le apasionaba. Había pasado años estudiando el tema, pidiendo escritos, materiales y artefactos relacionados desde lugares alejados del globo para satisfacer su curiosidad. El propio Isaías se había visto en la posición de tener que entregarle un escrito relacionado con los efectos de las estrellas en las energías mágicas en una ocasión.
-En realidad sí… O al menos continúo con proyectos de la misma naturaleza que aquellos de la última vez, no necesariamente los mismos. Ven, acompáñame a mi taller-dijo Fausto con un gesto de la mano y después colocándose la capucha sobre el rostro de nuevo- hablaremos allí.
Mientras Isaías llevaba de la mano a su pequeño, siguiendo a su viejo amigo por las calles de La Dominante el pequeño dijo con una obvia inocencia infantil:
-Papá ¿sabías que tu amigo es un mago?
Como es obvio de esperarse, la piel de ambos hombres se heló, Isaías llevó su mano a la boca del pequeño y ambos apresuraron el paso viendo a su alrededor nerviosamente en caso de que alguien hubiera escuchado la afirmación del pequeño.
Una vez que entraron a la morada de Abbandonati, ambos hombres exhalaron con alivio y el señor Mustafa dejó a su hijo hablar, que inmediatamente cuestionó la razón de aquella censura aparentemente arbitraria.
-Ese tipo de temas no se toca en público Besir-dijo su padre severamente.
Una vez en el cobijo del hogar de su amigo y lejos del potencial peligro de la inocente pregunta de su hijo, Isaías comenzó a examinar el desastre que era el taller de Fausto. Pinceles, pinturas, pieles, lienzos, trabajos no finitos; su trabajo estaba por doquier. Los objetos relacionados con la magia también dominaban el lugar: pergaminos, dibujos de artefactos, libros en lenguajes que Isaías era incapaz de reconocer, e incluso artefactos extraños; Uno en particular llamó la atención de Isaías: Un cinturón de cuero colgado de la pared, con 3 pequeñas gemas incrustadas en él. La primera de las gemas tenía una pequeña nota adherida a ella que rezaba “Alnitak”. La colección de Fausto había crecido considerablemente desde su última visita. Riendo dijo:
-Estás consciente de lo peligroso que es mostrar esos trucos de luces tuyos en público y aún así se los muestras a un niño que no conoces. Realmente eres un hombre loco, Fausto.
-Eso es diferente-dijo sonriendo el italiano-era un callejón prácticamente desolado, la mayoría de la gente se encontraba en las plazas de la ciudad y con la pirotecnia que se encontraba en el cielo, ninguna persona se hubiera percatado de mi hechizo. Además, sólo lo hice una vez que supe que era tu hijo.
-¿Sabes? Pienso que sólo le hablaste de esas cosas porque es la única persona a la que podías impresionar con esos años perdidos –dijo Isaías mientras tomaba asiento en un viejo sillón gastado- y que ya habías advertido que tus cuentos de magia no impresionaban a los adultos cuando todo lo que pueden hacer es crear un poco de luz, hombre loco.
-Isaías, mi apático favorito –dijo Fausto mientras comenzaba a servir vino en un par de tarros de barro para su invitado y él- Algún voy a lograr hacer algo grande, o al menos algo que tenga consecuencias más aparentes. Mis habilidades actuales son útiles, pero sus efectos no son precisamente inmediatos ni visibles.
-Sí, esperemos que ese día llegue antes de que muera –respondió Isaías extendiendo su mano para recibir su bebida y agregó-¿Te sigues dedicando a la pintura?
-Por supuesto; la magia no es algo de lo que pueda vivir, y menos en una república tan ignorante y temerosa como esta –Fausto tomó asiento en un sillón similar al de su invitado que miraba al susodicho de frente, después procedió a darle un trago a su bebida – aún menos con la iglesia respirando en mi cuello todos los días. No planeo vivir de la magia, Isaías, y sería imposible viviendo aquí.
-Yo diría que eso es algo bueno mi amigo –dijo riendo- por que la iglesia mantenga a los locos como tú haciendo cosas productivas y no leyendo viejos pergaminos sobre magia.
Isaías levantó su tarro hacia su amigo mientras Fausto sólo río.
-Salud-dijo Fausto, alegre por haber visto a su compañero después de tanto tiempo.
Pasaron las horas en las que los viejos amigos rieron y conversaron sin cesar, deleitados por la coincidencia que los había llevado a encontrarse de nuevo después de tanto tiempo. Mientras tanto el pequeño Besir simplemente cayó en los brazos de Morfeo poco después de llegar a la casa del pintor. Durante la charla de ambos, la noche pasó dando lugar al amanecer. Isaías se percató de la hora que había llegado y cortó la charla, anunciando que debía partir ya, pues tenía un bote que tomar de regreso a su hogar.
-Antes de que te vayas, permíteme obsequiarte algo- pidió Fausto mientras se levantaba de su silla.
Caminó hacia su escritorio, y de uno de los cajones extrajo un pequeño cofre de madera. Al abrirlo tomó lo que había dentro: una pequeña piedra azul, brillante y de varias caras, reminiscente de una piedra preciosa, atada a una cadena de metal.
-Fausto: viejo loco ¿me estás dando un zafiro? –exclamó Isaías
-¿Un zafiro? ¿Acaso el vino te ha hecho mal? ¿Cómo crees que voy a conseguir yo un zafiro? –preguntó Fausto, desdibujando completamente la sonrisa del rostro de su amigo.
-¿Entonces qué es esta cosa?
-Dime, mi amigo ¿alguna vez has escuchado hablar de Yggdrasil?
-Ah… No… -respondió el comerciante, confundido.
-Bueno, permíteme explicarlo simplemente: Esa pequeña piedra es resina, del mitológico árbol de la vida. Si mis estudios están en lo correcto: otorga una “bendición” a aquel que la lleva.
-Entonces, si funciona, me debería de proteger o algo así ¿no?
-Básicamente, sí. Al menos en teoría.
-Incluso aunque lo hiciera, mi amigo, no puedo llevarla ¿Sabes el riesgo que correría si llevara algo similar a un rubí al cuello?
-Si estoy en la razón: nadie debería intentar lastimarte al llevar eso al cuello.
-Creo que la palabra clave es “si” Fausto. Aun así: lo aprecio bastante, gracias.
Los 2 hombres se abrazaron e Isaías levantó a su pequeño, que con los ojos a medio abrir simplemente seguía los pasos de su padre tomado de la mano con él. Caminaron juntos por las calles de la ciudad que habían quedado desiertas, silentes y sucias: contrastaban enormemente con el ambiente reinante la noche anterior. El carnaval había terminado y también su estadía en la Ciudad Flotante por lo que abordaron la nave con destino a su ciudad. Una vez ahí, el pequeño Besir fue inmediatamente a su camarote para continuar durmiendo, mientras que su padre comenzó a organizar la mercancía con la que tendría que trabajar una vez de vuelta en casa. Armas, alimentos, telas, especias, libros, pinturas, Isaías manejaba mercancías bastante valiosas en cantidades grandes.
Las semanas en la nave pasaron, e Isaías pasaba su tiempo libre educando a su hijo. Tanto en técnicas para el “negocio familiar” por motivos obvios, como matemática y literatura para hacer a su pequeño un hombre de cultura. En la noche, Isaías le enseñaba a su hijo como navegar basándose en la posición de las estrellas o del sol, mostrándole también rutas y lugares en mapas del mundo. Esa era la vida a la que ambos estaban acostumbrados, juntos siempre, navegando por el mundo, sin establecerse realmente en algún lugar.