8:13 pm
Escuálido
agosto 26, 2014
Aquí mi versión particular de como sería Harry Potter al estilo de Lovecraft.
Disclaimer: Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling. Los Mitos de Cthulhu son propiedad de H. P. Lovecraft y los miembros del Círculo Lovecraft.
Resumen: Extrañas pesadillas siempre atormentaron al pequeño Harry. En ellas veía una biblioteca prohibida con conocimientos arcanos. Con el paso del tiempo los secretos de saberes más allá de la comprensión del hombre se revelaron. Él había sido elegido para una profecía más grande de la que Dumbledore pensaba.
Capítulo único
“Los Antiguos fueron, los Antiguos son y los Antiguos serán. No en los espacios que conocemos, sino entre ellos. Se pasean serenos y primigenios en esencia, sin dimensiones e invisibles a nuestra vista.”
Abdul Alhazred, El Necronomicón
I
La primera vez que Harry vio la biblioteca tenía solamente cinco años. Fue precisamente en la víspera del primero de mayo. Años más tarde, cuando llegara a él cierta carta mágica, comprendería que aquella fecha tenía un simbolismo especial para los conocedores de la magia. Era la noche de walpurgis, la noche en la que, según las antiguas supersticiones europeas, las brujas salían a los lugares malditos para tener sus reuniones macabras con Satanás, quien se aparecía en la forma de un Hombre Negro, alto, peludo y con pesuñas en vez de pies.
Pero el sueño que el pequeño niño tuvo aquella noche no tenía nada que ver con viejos aquelarres junto a las fogatas. Su sueño tenía que ver con aquella biblioteca. El pequeño niño se paseaba por pasillos atestados de viejos tomos de todos tamaños que despedían un olor a viejo y a humedad, apilados en enormes libreros que se alzaban casi infinitos en dirección a un techo tan alto que no se podía ver un final a simple vista. El niño estaba asustado, no por la inmensidad de la habitación o por los pesados volúmenes de extraños olores que le rodeaban, sino porque podía percibir algo más. Unas presencias invisibles que reptaban y se ocultaban más allá de su vista.
Con pasos vacilantes avanzó por esos corredores iluminados por la luz mortecina, tambaleante y dorada de los quinqués y candelabros durante lo que bien podían haber sido horas y horas. Finalmente, llegó al centro de la habitación descubriendo que aquellos pasillos confluían todos allí, creando una especie de engranaje. Y en el centro había un libro que se veía y olía incluso peor que todos los demás volúmenes. Y allí estaba también aquel hombre encapuchado, que bien podría ser un viejo monje salido de un monasterio ruinoso. Un espectro de épocas pasadas, inclinado sobre un púlpito estudiando aquel libro.
Harry se quedaba de pie, paralizado y tembloroso, ante la visión de aquel hombre que parecía evocar las más horribles pesadillas que su mente infantil pudiera imaginar.
Cuando el hombre levantaba la cabeza la negrura casi infinita del lugar donde debía estar su rostro hacía que el pequeño se encogiera en su lugar mientras gruesas y frías lágrimas le escurrían por el rostro. El hombre entonces comenzaba a acercarse a él. El pequeño Harry entonces cerraba los ojos en su sueño y cuando los abría lo único que encontraba era la oscuridad de su pequeño armario bajo las escaleras en el número cuatro de Privet Drive.
Ese sueño se repetiría dos veces al año, durante el walpurgis en la víspera del primero de mayo, y durante el samhain, en la víspera de Todos los Santos, durante los siguientes cinco años con pequeñas variaciones.
A veces el encapuchado no estaba y Harry era capaz de acercarse hasta el púlpito donde estaba el terrible libro de gruesas pastas negras. Cuando sus manos tocaban las hojas gruesas de pergamino de aquella blasfema publicación no podía evitar sentir escalofríos, a la vez que algo dentro de él deseaba ser capaz de leer el contenido de aquel tomo arcano. Sin embargo, se encontraba ante el problema de que tal libro arcano se hallaba escrito en un idioma desconocido para él. Nuevamente, años más tarde, sabría que se trataba de latín.
Otras veces prefería caminar al lado contrario al centro de la habitación, hasta llegar a unas enormes puertas de color negro que no importaba cuanto intentara no podía abrir. Estaba atrapado en esa biblioteca con el terrible ser encapuchado y aquellas criaturas invisibles que se arrastraban y susurraban a sus espaldas.
Pero el peor de todos esos sueños sería último justo antes de que la carta mágica llegara a él de manos del guardián de las llaves del colegio Hogwarts.
II
La última vez que soñó con la biblioteca fue por mucho la más terrorífica y angustiante. Además de ser la que le confirmó algo que ya había sospechado tiempo atrás, en aquellas noches de insomnio en las que su mente divagaba alrededor de tales pesadillas buscando una respuesta para ellas.
Aquella vez cuando cerró los ojos y los abrió nuevamente no se encontró en la oscuridad del armario bajo las escaleras, sino que seguía atrapado en la biblioteca con el terrible hombre encapuchado.
Paralizado sólo pudo sollozar cuando la mano gélida y de hierro se cerró sobre su muñeca y le arrastró hasta el centro de la habitación. El ser le obligó a sentarse frente al púlpito a la vez que removía el tomo arcano para colocar otro en su lugar. El nuevo libro comenzó a volver sus páginas por sí mismo hasta detenerse en una amarillenta página en dónde se podían distinguir varios nombres escritos con una extraña tinta rojiza. El último de ellos pertenecía a un tal Walter Gilman.
No tuvo ocasión de leer el resto de los nombres, puesto que en ese mismo momento la mano gélida del encapuchado se cerró sobre su muñeca derecha y colocó su mano sobre el libro, justo debajo del tal Gilman. Luego, la filosa uña se clavó en su vena y la sangre manó manchando las hojas de pergamino de aquel libro. Así fue como Harry firmó el Libro de Azathoth, jurando lealtad eterna al idiota y babeante Sultán de los Demonios, cuyo nombre jamás se atrevieron labios algunos a pronunciar.
Cuando despertó, sudaba en frío y podía sentir un dolor lacerante en la muñeca derecha, justo en el sitio donde la filosa uña se había clavado. Al amanecer con la poca luz que se colaba a su armario en las primeras horas de la mañana, descubrió una cicatriz rojiza y restos de sangre seca.
III
En Hogwarts las pesadillas le abandonaron casi por completo y se perdió en aquel mundo mágico maravilloso. Sin embargo, algunas ocasiones en las noches frías de Escocia, no podía evitar sentir en la cercanía a los terribles seres invisibles que se arrastraban y susurraban tras de él. Y, por si eso fuera poco, durante las vacaciones a veces veía a un extraño y siniestro hombre que vestía como un viejo gánster de los años veinte observándole desde la lejanía. Cuando el hombre se percataba de que había sido descubierto sonreía con malicia para luego girar y perderse entre las multitudes. Y no sólo era en el mundo muggle, sino también en el Callejón Diagon y más tarde en Hogsmeade.
Aunque, lo que más le recordaba aquellas pesadillas y le atormentaba más que cualquier siniestra presencia fuera en forma de seres invisibles o de siniestras figuras perdidas en la multitud, era aquella cicatriz en su muñeca que a veces se sentía más pesada y dolorosa que aquella con forma de rayo infligida por el peligroso Lord Voldemort.
Todas estas cosas las guardaba para sí y jamás las comentaba con sus amigos, Ron y Hermione, ni mucho menos con Dumbledore o cualquier otro profesor. Incluso Sirius Black, su padrino, ignoraba todos estos hechos. Algo dentro de él, posiblemente ligado al pacto que estaba seguro firmó en aquel sueño con aquellas invisibles y terribles criaturas, le impedía hablar al respecto. Así pues, tenía que tragarse sus miedos y aprender a vivir con ellos o al menos ignorarlos momentáneamente.
Aunado a esto, desde que entrara a Hogwarts comenzó a aficionarse al estudio del latín. Buscó en la biblioteca todo lo referente a dicha lengua y durante las vacaciones que pasaba en casa de sus tíos acudía a la biblioteca pública de Surrey, y a veces a las de Londres, en busca de más material de estudio. De manera autodidacta se había vuelto muy versado en ese antiguo idioma, cosa que además le ayudaba a comprender mejor los hechizos que realizaba con su varita. Pero no se engañaba. Todo eso se debía aquellos sueños y su deseo de conocer el secreto de ese libro en latín que el encapuchado siempre leía.
IV
Fue extrañamente en el mundo muggle dónde encontró la respuesta que buscaba respecto a ese libro.
Durante el verano antes de su quinto año y tras haber presenciado el regreso de Lord Voldemort, se encontró solo y alejado de toda noticia. Se escapó a Londres y pasó un día en la vieja Biblioteca Británica. Allí, entre los estantes de la sección de latín escuchó a unos estudiantes, posiblemente de universidad, discutir sobre un asunto. Parecían ser norteamericanos, y de haber conocido más sobre ese país habría sabido que eran de Nueva Inglaterra.
Hablaban sobre un libro en específico, El Necronomicón del árabe loco Abdul Alhazred. En su discusión comentaban sobre la copia que habían podido consultar brevemente en la biblioteca de la universidad de Miskatonic y de la que se guardaba en el Museo Británico. Uno de ellos creía que ambas podían ser de la misma edición, en latín del siglo XVII e impresa en España; cosa que su compañero replicaba argumentando que seguramente era la traducción incompleta e inexacta de John Dee. Ambos jóvenes se alejaron y Harry quedó solo en el pasillo pensando en las cosas que acababa de escuchar.
Recordó un comentario de Hermione sobre John Dee. Había sido un mago de la era isabelina quien se hizo famoso entre los muggles. En aquel entonces el Estatuto de Protección del Secreto no estaba implementado por lo que era común que los magos como él se mezclaran en las cortes de los reyes europeos y obtuvieran altos cargos. Sin embargo, le resultaba curioso que esos jóvenes discutieran sobre un supuesto libro maldito que tenía relación con un mago real.
Fue a la zona de los ordenadores y con curiosidad tecleó Necronomicón en el primitivo buscador.
Menos de cien resultados. Dio clic en uno y no encontró más que viejos rumores sobre libros malditos e información relacionada. Hasta que dio con un artículo de un tal Wilson H. Shepherd para el The Rebel Press, de Oakman, Alabama. Según su autor se trataba de un «breve, pero completo, resumen de la historia de este libro, de su autor, de diversas traducciones y ediciones desde su redacción (en el 730) hasta nuestros días.»
Según Shepherd, el título original del libro era Kitab Al-azif. Azif era el nombre que los árabes empleaban para referirse al sonido de la noche, que era producido por los insectos, y se creía era el susurro de los demonios. El libro había sido escrito por Abdul Alhazred, un poeta loco de Yemen quien aseguraba haber visitado ruinas de ciudades más antiguas que la humanidad. Alhazred adoraba a unas extrañas entidades a las que llamaba Yog-Sothoth y Cthulhu. El libro había sido escrito alrededor del 730 de nuestra era en Damasco. Alhazred había muerto devorado por una bestia invisible ante un gran número de aterrorizados testigos.
La traducción al griego había aparecido alrededor del año 930, tras casi dos siglos de haber circulado de manera clandestina entre los círculos de filósofos de la época. Esta traducción secreta había sido hecha por el filósofo Theodorus Philetas de Constantinopla y fue la que le dio su nombre actual de Necronomicón. En 1228 Olaus Wormius lleva a cabo una traducción al latín y la cual posteriormente sería prohibida y quemada por los patriarcas religiosos de la época debido a los oscuros y siniestros eventos que parecían rodear a la publicación. Para ese entonces pareciera que todos los originales en árabe habían desaparecido. La traducción de Wormius, sin embargo, logró escapar a las purgas y fue reimpresa dos veces más en los siglos XV y XVII en Alemania y en España respectivamente. Se rumoreaba también que el ocultista Isabelino John Dee había hecho una traducción parcial al inglés que jamás fue publicada.
Algunos tomos, en especial de las últimas ediciones en latín, griego, alemán y castellano, habrían sobrevivido hasta la actualidad —adicionalmente de las que se sabía estaban en poder de algunas bibliotecas y universidades tales como la Biblioteca Nacional de París, el Museo Británico, la Universidad de Harvard, la Universidad de Miskatonic y la Universidad de Buenos Aires—. Se tenían noticias de copias privadas en manos de excéntricos millonarios, tales como la familia Pickman de Salem, aunque la mayoría de estas copias parecían estar ya en paradero desconocido para el momento de la publicación de ese artículo, en 1938. Se rumoreaba, además, que algunos autores de narraciones fantásticas y de terror, tales como Robert W. Chambers con su obra «El Rey en Amarillo», podrían haberse inspirado en dicho libro para la redacción de sus ficciones.
El Necronomicón era una lectura prohibida y condenada por la mayoría de las organizaciones religiosas del mundo. Su lectura traía consecuencias nefastas.
Con el corazón latiendo en su garganta y la cicatriz de su muñeca derecha escociendo, Harry cerró el artículo y se marchó de inmediato de vuelta a casa.
Ese tal Necronomicón parecía ser tan terrible como cualquier libro de magia oscura o tal vez incluso más. Pero no era eso lo que lo asustaba, sino su casi incontenible deseo de hacerse con una copia para desentrañar sus secretos.
V
Durante su cumpleaños ese verano, Harry vio cumplido su deseo de tener una copia del Necronomicón. De alguna manera, un paquete anónimo había llegado por correo certificado a casa de su familia desde un remitente en el extranjero. Arkham, Massachusetts, en Nueva Inglaterra, Estados Unidos. Se trataba de una copia en latín posiblemente de la edición alemana del siglo XV.
Guardó el pesado volumen en el fondo de su baúl y no quiso tocarlo a pesar de su deseo casi irrefrenable de leer dicho tomo arcano.
Una vez el encuentro con los dementores y su posterior juicio se llevó a cabo, y dada la atmósfera que predominaba en el número 12 de Grimmauld Place, durante una noche de insomnio sacó el volumen y se encerró en la biblioteca para leerlo.
Entre las muchas cosas que leyó se encontraba el siguiente pasaje:
«Tampoco debe pensarse que el hombre es el más antiguo o el último de los dueños de la Tierra, ni que semejante combinación de cuerpo y alma se pasea sola por el universo. Los Antiguos fueron, los Antiguos son y los Antiguos serán. No en los espacios que conocemos, sino entre ellos. Se pasean serenos y primigenios en esencia, sin dimensiones e invisibles a nuestra vista. Yog-Sothoth conoce la puerta. Yog-Sothoth es la puerta. Yog-Sothoth es la llave y el guardián de la puerta. Pasado, presente y futuro, todo es uno en Yog-Sothoth. Él sabe por dónde entraron los Antiguos en el pasado y por dónde volverán a hacerlo cuando llegue la ocasión. Él sabe qué regiones de la tierra hollaron, dónde siguen hoy hollando y por qué nadie puede verlos en Su avance. Los hombres perciben a veces Su presencia por el olor que despiden, pero ningún ser humano puede ver Su semblante, salvo únicamente a través de las facciones de los hombres engendrados por Ellos, y son de las más diversas especies, difiriendo en apariencia desde la mismísima imagen del hombre hasta esas figuras invisibles o sin sustancia que son Ellos. Se pasean inadvertidos y pestilentes por los solitarios lugares donde se pronunciaron las Palabras y se profirieron los Rituales en su debido momento. Sus voces hacen tremolar el viento y Sus conciencias trepidar la tierra. Doblegan bosques enteros y aplastan ciudades, pero jamás bosque o ciudad alguna ha visto la mano destructora. Kadath los ha conocido en los páramos helados, pero ¿quién conoce a Kadath? En el glacial desierto del Sur y en las sumergidas islas del Océano se levantan piedras en las que se ve grabado Su sello, pero ¿quién ha visto la helada ciudad hundida o la torre secularmente cerrada y recubierta de algas y moluscos? El Gran Cthulhu es Su primo, pero sólo difusamente puede reconocerlos. ¡Iä! ¡Shub-Niggurath! Por su insano olor Los conoceréis. Su mano os aprieta las gargantas pero ni aun así Los veis, y Su morada es una misma con el umbral que guardáis. Yog-Sothoth es la llave que abre la puerta, por donde las esferas se encuentran. El hombre rige ahora donde antes regían Ellos, pero pronto regirán Ellos donde ahora rige el hombre. Tras el verano el invierno, y tras el invierno el verano. Aguardan, pacientes y confiados, pues saben que volverán a reinar sobre la Tierra.»[1]
Cuando hubo concluido la lectura de dicho pasaje, Harry cerró el pesado libro y sintió ganas de vomitar toda la cena. Un hedor insano y terrible, aunado a la presencia más palpable de aquellas entidades que se arrastraban y susurraban, había llenado el ambiente de la biblioteca Black.
A la mañana siguiente todos los que se hallaban en la casa sintieron él mismo fétido olor y la señora Weasley les puso a buscar durante todo el día la causa del mismo. Los gemelos bromearon diciendo que seguro era a causa de la mala actitud de Ron, quien se la pasaban refunfuñando de todas las labores que su madre les ponía a hacer.
Durante el resto de las vacaciones Harry no volvió a tocar el libro.
VI
Iniciado el terrible ciclo escolar con la presencia de la Sumo Inquisidora de Hogwarts, antes supuesta profesora de defensa, Dolores Umbridge Harry tuvo poco tiempo para pensar de nuevo en el Necronomicón. Hasta que en sus sueños vio aquel portal extraño en el departamento de Misterios. Durante su juicio ya lo había visto y sintió que algo dentro lo llamaba, pero no fue hasta que le vio en las visiones influenciadas por Voldemort que la influencia del mismo se hizo notar.
Volvió entonces al Necronomicón, y durante las noches se pasaba leyendo sus páginas en busca de algo que le indicara el camino. Descuido sus estudios e incluso la formación con el llamado Ejército de Dumbledore. Sus amigos se preocuparon y trataron de averiguar qué ocurría pero Harry se había sumido tanto en sí mismo y en su estudio del libro maldito que terminó por apartarles completamente.
Hasta que finalmente dio con lo que esperaba.
VII
Los sucesos se precipitaron hasta concluir en una batalla en el Departamento de Misterios, pero no era la profecía que Voldemort anhelaba lo que Harry quería de dicho lugar. La supuesta muerte de su padrino tampoco parecía importar ya. Su única motivación era aquello que los Inefables llamaban Velo de la Muerte. Esa era la puerta que había buscado. La razón por la que ellos le habían elegido. Había sido profetizado por fuerzas más allá de la comprensión humana, incluso de los magos y brujas, que él sería quien abriría la puerta por la que Yog-Sothoth y finalmente todos los Antiguos regresarían.
Cuando Dumbledore y Voldemort finalmente se presentaron encontraron una visión extraña. Mientras los Mortifagos del Señor Oscuro y los miembros de la Orden del Fénix parecían paralizados por una fuerza invisible, Harry Potter, el Niño-Que-Vivió, permanecía de pie ante el Velo de la Muerte con el temible Necronomicón en su mano.
—¡Profesor Dumbledore! —gritó Luna Lovegood—. ¡No lo permita! ¡Harry va a abrir la puerta, permitirá que las bestias que roen y gimen más allá de las esferas en el vacío infinito del espacio penetren a nuestro mundo!
Dumbledore se volvió a ver a Harry. El chico también se giró para verlo y en su rostro se podía ver la señal clara de la locura.
—Puedo leer el mensaje ahora —dijo, y al mismo tiempo esas extrañas runas grabadas en el arco del velo resplandecieron con un brillo maligno—. «No está muerto lo que puede yacer eternamente, y en eones extraños incluso la muerte puede morir».
—Harry, mi muchacho —dijo Dumbledore con voz suave.
—Ellos me eligieron, profesor, tengo su marca. —Alzó la mano derecha mostrando la cicatriz en su muñeca la cual parecía estar creciendo como una suerte de paracito—. Hoy es él día en que ellos volverán. Las estrellas están en posición y la puerta está preparada. El Símbolo Arcano ha sido debilitado, el Caos Reptante se ha paseado entre los hombres y el Necronomicón me ha desvelado sus secretos.
El gesto de Voldemort, que hasta ahora parecía disfrutar el ver como la locura inundaba a quien supuestamente era el único capaz de derrotarle, se distorsionó en furia.
—¡Es falso! —bramó el mago tenebroso—. Esos asquerosos muggles afirman que su libro maldito es un auténtico grimorio. Pero es falso, Potter, una burla de esos asquerosos seres inferiores a la verdadera magia.
Harry negó con la cabeza.
—El Necronomicón es auténtico. Yo les he sentido royendo, arrastrándose y gimiendo a mí alrededor durante toda mi vida. Contemplé en mis sueños la biblioteca maldita dónde ningún otro mortal ha osado pararse. Porque ellos me eligieron.
Luego, con el Necronomicón aún abierto, se volvió de regreso hacia el Velo y comenzó a recitar el conjuro:
—¡Zyweso, wecato keoso, Xunewe-rurom Xe-verator, Menhatoy, Zywethorosto zuy. Zu-rurogos Yog-Sothoth! Orary Ysgewot, ho-mor athanatos nywe zumquros, Ysechyroro-seth Xoneozebethoos Azathoth! ¡Xono, Zu-weret, Quyhet kesos ysgeboth Nyarlathotep! Zuy rumoy quano duzy Xeuerator, YZHETO, THYYM, quaowe xeuerator phoe nagoo, Hastur! ¡Hagathowos yachyros Gaba Shub-Niggurath! ¡Meweth, xosoy Vzewoth! ¡TALUBSI! ¡ADULA! ¡ULU! ¡BAACHUR![2]
Nada más las palabras fueron pronunciadas el Velo de la Muerte comenzó a agitarse y el hedor que antes sintieran en la casa Black se hizo presente en oleadas espantosas que les hacían arquearse y sentirse enfermos. La primera en caer ante el influjo de los seres de más allá de las estrellas fue Luna. Soltó una estridente risotada y se derrumbó convulsionando en la locura. Bellatrix fue la siguiente, presa de un frenetismo tal que comenzó a disparar maldiciones como si fueran fuegos artificiales mientras reía locamente. Así, uno a uno, los presentes fueron consumidos por la locura. Y cuando solo Dumbledore y Voldemort se aferraban un poco a la razón, la figura enigmática del hombre con pinta de gánster se hizo presente.
Las varitas de los dos poderosos magos se alzaron casi por mero instinto, pues presentían una malignidad y amenaza proveniente de ese hombre mayor a la de cualquier criatura o ser peligroso ante el cual hubieran estado antes. Pero, ante la presencia poderosa y terrible del Caos Reptante, los dos poderosos magos finalmente sucumbieron a la locura. Sus miradas nubladas y delirantes se perdieron mientras todo pensamiento racional les abandonaba sumiéndolos en estentóreas, tristes y vulgares carcajadas carentes de toda lógica o razón.
El hombre aplaudió con sorna como si estuviera ante un maravilloso espectáculo. Y entonces volvió la mirada al único que quedaba en pie más o menos cuerdo y habló con la voz sonora de un joven faraón:
—Excelente, mi querido Harry, no pude elegir a nadie mejor que tú para hacer este trabajo. Has hecho un excelente trabajo. Ahora mismo, esta locura se expande por el mundo como un virus. Ahora mismo las risotadas histéricas y la blasfemia de las mentes corrompidas danzan al son de las melodías de nuestras flautas. En el Pacífico la pétrea ciudad de R’lyeh ha emergido entre terremotos y el Sumo Sacerdote Cthulhu se ha alzado para recibir los sacrificios humanos. Y ahora, es momento de recompensarte.
Harry soltó el libro y también comenzó a reír histéricamente. Rió, hasta que su rostro enrojeció y lágrimas de agonía salieron de sus parpados apretados. Detrás de él el Velo se agitó y los asquerosos y viscosos tentáculos de los Dioses Otros, quienes olfatean y roen en los espacios exteriores más allá de las estrellas, salieron para envolverle y arrastrarle con ellos a la locura primigenia.
El hombre con pinta de gánster dio media vuelta y se alejó del velo, mientras lentamente se convertía en una abominación de piel escamosa y una enorme lengua por cabeza.
Harry Potter, mientras tanto, se perdió en la locura más allá del tiempo y el espacio, pues la locura y el salvaje abrazo del caos son las únicas recompensas que Nyarlathotep concede a sus acólitos.
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[1] H. P. Lovecraft, El horror de Dunwich.
[2] Anónimo (Abdul Alhazred), Fragmento del Necronomicón
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