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Mr. Anti-Ensaladas
«Que… -dije musitando- que carajos está pasando… no puede ser alguien, estoy solo, y cerré bien la puerta… es mi imaginación, debo irme a dormir, la extraño mucho… Eso es todo, y nada más.»
¡Ah! aquel lúcido recuerdo de un gélido Enero; espectros de brasas moribundas reflejadas en el suelo; angustia del deseo del nuevo día y un nuevo comienzo; en vano encareciendo a mis libros, historias y alcohol, dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de ella, la única, virgen radiante, Isabel por los ángeles llamada, cuya muerte dejo un hueco en mi alma, matándome a cada segundo.
Aquí ya sin nombre, para siempre.
Y el golpeteo triste, vago, escalofriante de la persiana golpeado la ventana entre el susurro del viento,
llenándome de fantásticos terrores jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie, acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir: «Es mi imaginación, es consecuencia del alcohol, es una sugestión por leer tanto, es parte de mi depresión, o solo es que alucino porque la extraño tanto… Eso es todo, y nada más.»
Ahora, mi ánimo cobraba valor, el alcohol me quita el sentido, y ya sin titubeos: «Seas quien seas -dije- en verdad, no me importa, quieres robar, roba, no tengo nada de valor, si tienes algún problema conmigo ni lo intentes porque estoy ebrio y armado ¿Por qué no, mejor te vas? Y entonces abrí de par en par la puerta: Oscuridad, y nada más.
Escrutando hondo en aquella oscuridad, permanecí largo rato, atónito, temeroso, dudando, soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido jamás a soñar, dude y aun dudo de mi cordura, sea que la perdí por decisión o por simple melancolía.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba, y la única palabra ahí proferida era el balbuceo de un nombre: «¿Isabel…?»
Lo pronuncié en un susurro, y el eco lo devolvió en un murmullo: «¡Isabel!» Apenas esto fue, y nada más.
Vuelto a mi cuarto, encendi la luz, mi alma toda, toda mi alma abrasándose dentro de mí, no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza. «Ciertamente -me dije-, ciertamente… algo sucede, estoy tan triste que ya no importa, veamos que hay detrás de mi ventana. Deja, pues, que vea lo que sucede allí, y así penetrar pueda en el misterio. Deja que a mi corazón llegue un momento el silencio, y así penetrar pueda en el misterio.»
¡Es el viento, y nada más!
De un golpe abrí las ventanas, y con suave batir de alas, entró un majestuoso cuervo de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia, ni un instante quedo; y con aires de gran señor o de gran dama fue a posarse en el monitor, sobre el marco de mi monitor.
Posado, inmóvil, y nada más.
Entonces, este pájaro de ébano cambió mis tristes fantasías en una sonrisa con el grave y severo decoro del aspecto de que se revestía. «Aun con tu cresta cercenada y mocha -le dije-. No serás un cobarde, no sabes el susto que me provocaste ave de ébano. Horrible cuervo vetusto y amenazador.
Nacido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!» Y el Cuervo dijo: «Nunca más.» Cuánto me asombró que pájaro tan maltratado pudiera hablar tan claramente; aunque poco significaba su respuesta. Poco pertinente era. Pues no podemos sino concordar en que ningún ser humano ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro posado sobre el marco de su monitor, al menos ninguno cuerdo, pájaro o bestia, posado en el marco de mi monitor que aun refleja en su resplandor un programa destinado a la escritura, con semejante nombre: «Nunca más.»
Mas el Cuervo, posado solitario en el marco inmovil, las palabras pronunció, como virtiendosu alma sólo en esas palabras. Nada más dijo entonces; no movió ni una pluma. Y entonces yo me dije, apenas murmurando: «Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará, como me abandonaron mis esperanzas.» Y entonces dijo el pájaro: «Nunca más.»
Sobrecogido al romper el silencio tan idóneas palabras, «sin duda -pensé-, sin duda lo que dice es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido de un amo infortunado a quien desastre impío persiguió, acosó sin dar tregua hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido, hasta que las endechas de su esperanza llevaron sólo esa carga melancólica de «Nunca, nunca más.»
Esto y más, sentado, adivinaba, con la cabeza reclinada mirando al animal, y esporádicamente vislumbrando el techo de color blanco, iluminado en su totalidad por la luz de la lámpara; mirando a la bestia, iluminado en su totalidad por la luz de la lámpara ¡que ella no encendería, ¡ya, nunca más! Entonces me pareció que el aire se tornaba más denso, perfumado por invisible incensario mecido por serafines cuyas pisadas tintineaban en el piso. «¡Miserable -dije-, tu Dios te ha concedido, por estos ángeles, te ha otorgado una tregua, tregua ante tus recuerdos de Isabel! ¡Aprovecha, oh, aprovecha este dulce momento y olvida a tu ausente Isabel!» Y el Cuervo dijo: «Nunca más.»
El cuervo (mi version)
mayo 15, 2014
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Mr. Anti-Ensaladas
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El cuervo
Una vez, al filo de una lúgubre media noche, mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido, solo frente a la luz del monitor, aburrido, puesto que las novedades del internet perdieron esa noche su encanto,
cabeceando, casi dormido, oyéndose de súbito un leve golpe, como si suavemente tocaran, tocaran a la puerta de mi cuarto.
cabeceando, casi dormido, oyéndose de súbito un leve golpe, como si suavemente tocaran, tocaran a la puerta de mi cuarto.
«Que… -dije musitando- que carajos está pasando… no puede ser alguien, estoy solo, y cerré bien la puerta… es mi imaginación, debo irme a dormir, la extraño mucho… Eso es todo, y nada más.»
¡Ah! aquel lúcido recuerdo de un gélido Enero; espectros de brasas moribundas reflejadas en el suelo; angustia del deseo del nuevo día y un nuevo comienzo; en vano encareciendo a mis libros, historias y alcohol, dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de ella, la única, virgen radiante, Isabel por los ángeles llamada, cuya muerte dejo un hueco en mi alma, matándome a cada segundo.
Aquí ya sin nombre, para siempre.
Y el golpeteo triste, vago, escalofriante de la persiana golpeado la ventana entre el susurro del viento,
llenándome de fantásticos terrores jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie, acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir: «Es mi imaginación, es consecuencia del alcohol, es una sugestión por leer tanto, es parte de mi depresión, o solo es que alucino porque la extraño tanto… Eso es todo, y nada más.»
Ahora, mi ánimo cobraba valor, el alcohol me quita el sentido, y ya sin titubeos: «Seas quien seas -dije- en verdad, no me importa, quieres robar, roba, no tengo nada de valor, si tienes algún problema conmigo ni lo intentes porque estoy ebrio y armado ¿Por qué no, mejor te vas? Y entonces abrí de par en par la puerta: Oscuridad, y nada más.
Escrutando hondo en aquella oscuridad, permanecí largo rato, atónito, temeroso, dudando, soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido jamás a soñar, dude y aun dudo de mi cordura, sea que la perdí por decisión o por simple melancolía.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba, y la única palabra ahí proferida era el balbuceo de un nombre: «¿Isabel…?»
Lo pronuncié en un susurro, y el eco lo devolvió en un murmullo: «¡Isabel!» Apenas esto fue, y nada más.
Vuelto a mi cuarto, encendi la luz, mi alma toda, toda mi alma abrasándose dentro de mí, no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza. «Ciertamente -me dije-, ciertamente… algo sucede, estoy tan triste que ya no importa, veamos que hay detrás de mi ventana. Deja, pues, que vea lo que sucede allí, y así penetrar pueda en el misterio. Deja que a mi corazón llegue un momento el silencio, y así penetrar pueda en el misterio.»
¡Es el viento, y nada más!
De un golpe abrí las ventanas, y con suave batir de alas, entró un majestuoso cuervo de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia, ni un instante quedo; y con aires de gran señor o de gran dama fue a posarse en el monitor, sobre el marco de mi monitor.
Posado, inmóvil, y nada más.
Entonces, este pájaro de ébano cambió mis tristes fantasías en una sonrisa con el grave y severo decoro del aspecto de que se revestía. «Aun con tu cresta cercenada y mocha -le dije-. No serás un cobarde, no sabes el susto que me provocaste ave de ébano. Horrible cuervo vetusto y amenazador.
Nacido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!» Y el Cuervo dijo: «Nunca más.» Cuánto me asombró que pájaro tan maltratado pudiera hablar tan claramente; aunque poco significaba su respuesta. Poco pertinente era. Pues no podemos sino concordar en que ningún ser humano ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro posado sobre el marco de su monitor, al menos ninguno cuerdo, pájaro o bestia, posado en el marco de mi monitor que aun refleja en su resplandor un programa destinado a la escritura, con semejante nombre: «Nunca más.»
Mas el Cuervo, posado solitario en el marco inmovil, las palabras pronunció, como virtiendosu alma sólo en esas palabras. Nada más dijo entonces; no movió ni una pluma. Y entonces yo me dije, apenas murmurando: «Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará, como me abandonaron mis esperanzas.» Y entonces dijo el pájaro: «Nunca más.»
Sobrecogido al romper el silencio tan idóneas palabras, «sin duda -pensé-, sin duda lo que dice es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido de un amo infortunado a quien desastre impío persiguió, acosó sin dar tregua hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido, hasta que las endechas de su esperanza llevaron sólo esa carga melancólica de «Nunca, nunca más.»
Mas el Cuervo arrancó todavía de mis tristes fantasías una sonrisa; acerqué mi silla de plástico a una distancia prudente,
frente al pájaro; y entonces, hundiéndome en el asiento, empecé a enlazar una fantasía con otra, pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño, lo que este ser, desgarbado, horrible, flaco y jodido pájaro de antaño quería decir graznando: «Nunca más,» En esto pensaba, sentado, sin pronunciar palabra, frente al ave cuyos ojos, como encendidos de las mismísimas llamas del infierno, quemaban hasta el fondo de mi pecho.
frente al pájaro; y entonces, hundiéndome en el asiento, empecé a enlazar una fantasía con otra, pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño, lo que este ser, desgarbado, horrible, flaco y jodido pájaro de antaño quería decir graznando: «Nunca más,» En esto pensaba, sentado, sin pronunciar palabra, frente al ave cuyos ojos, como encendidos de las mismísimas llamas del infierno, quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba, con la cabeza reclinada mirando al animal, y esporádicamente vislumbrando el techo de color blanco, iluminado en su totalidad por la luz de la lámpara; mirando a la bestia, iluminado en su totalidad por la luz de la lámpara ¡que ella no encendería, ¡ya, nunca más! Entonces me pareció que el aire se tornaba más denso, perfumado por invisible incensario mecido por serafines cuyas pisadas tintineaban en el piso. «¡Miserable -dije-, tu Dios te ha concedido, por estos ángeles, te ha otorgado una tregua, tregua ante tus recuerdos de Isabel! ¡Aprovecha, oh, aprovecha este dulce momento y olvida a tu ausente Isabel!» Y el Cuervo dijo: «Nunca más.»
«¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio enviado por el Tentador, para devorar lo que queda de mi después de la partida de mi amada Isabel o a caso fuiste arrojado por la tempestad a este refugio desolado e impávido donde moran mis demonios libres ya sin mi ángel guardián, a esta desértica tierra encantada y maldita, a este hogar hechizado por el horror! Profeta, dime, en verdad te lo imploro, te lo ruego… ¿Hay, dime, hay algo que aminore mi dolor en tu llegada? ¡Dime, dime, te imploro!» Y el cuervo dijo: «Nunca más.»
«¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio! ¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas, ese Dios que adoramos tú y yo, dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Isabel, tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen con sus radiantes ojos color de la vida, llamada por los ángeles Isabel!» Y el cuervo dijo: «Nunca más.»
llamada por los ángeles Isabel, tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen con sus radiantes ojos color de la vida, llamada por los ángeles Isabel!» Y el cuervo dijo: «Nunca más.»
«¡Sea esa palabra nuestra señal de partida pájaro o espíritu maligno! -le grité encabronado. ¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica. No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira que acompaña a tu espíritu! Deja mi soledad intacta, puesto que es lo único que me queda, déjala y vete. Abandona el marco de mi monitor. Aparta tu pico de mi corazón y tu figura del monitor. Y el Cuervo dijo: Nunca más.»
Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo. Aún sigue posado, aún sigue posado en el marco aquella ventana al ciber espacio. En el monitor de la computadora de mi cuarto. Y sus ojos tienen la apariencia de los de un demonio que está soñando. Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama tiende en el suelo su sombra. Y mi alma, del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo, no podrá liberarse.
¡Nunca más!
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