«My name is Khan», Karan Johar
Entre mis usuales mini maratones de cine, me tocó uno de Shah Rukh Khan, superestrella de Bollywood y personalmente un actor que me encanta demasiado. Ya alguna vez había pensado en ver esta película de él, pero me temía que el drama fuese demasiado y luego lo resiente mi corazón de pollo, a sabiendas de que trataba temas como el autismo y la discriminación racial y religiosa. Con todo y que el tipo de drama que suelen manejar las producciones indias está diluido entre el melodrama y otros géneros, con lo cual no resulta tan golpeador como podría, se notaba que «My name is Khan» era de esas películas que realmente se toman en serio sus temas (cada vez más comunes en India, pero todavía no en demasía).
Rizwan Khan vive con su hermano menor, Zakir, y su madre en Mumbai. Desde muy chico la familia, musulmana, tuvo que lidiar con su síndrome de Asperger, aunque no supieran qué era más allá de sus extrañas conductas, y con los pocos recursos que tenían para salir adelante. Gracias a su madre es que Rizwan desarrolla sus habilidades excepcionales para reparar cosas y aprender las normas más básicas de convivencia social. Muchos años después, cuando Rizwan es ya un adulto y su madre muere, su hermano Zakir lo lleva a vivir con él a Estados Unidos, pese al resentimiento infantil que sentía por la atención que recibía su hermano. En Estados Unidos Rizwan conoce a Mandira, una mujer hindú que trabaja en un salón de belleza. Si por una parte Rizwan vive una cierta historia de amor y aventuras al típico estilo Bollywood, por otro se encontrará de golpe con el peor aspecto de la cultura estadounidense, sobre todo después del 11 de Septiembre.
«My name is Khan» es el resultado maravilloso de la mezcla de Bollywood. Dulce y dramática, se mueve entre los extremos con una naturalidad creíble, que al mismo tiempo deja espacio para la fantasía y la exageración en el punto en el que hace falta. Shah Rukh Khan se complementa maravillosamente con Kajol, una actriz que cada vez me gusta más, cuyas actuaciones sirven para sostener la historia sin perder la fuerza de la denuncia social y política que conlleva, tanto hacia la situación de India como de Estados Unidos. Y bueno, el hecho de que Rizwan tenga Asperger obviamente me conmovió y destrozó a partes iguales.
Me parece que es una excelente opción para personas que tengan interés por conocer sobre el cine de India pero no se sientan particularmente interesados en ver un número musical tras otro en metrajes de cuatro horas. Aunque sí dura casi tres, eso sí.
«Musuko», Yoji Yamada
Otro mini maratón que me tocó fue del director Yoji Yamada, un más que fructífero director japonés, responsable sobre todo de cintas de época, además de casi todas las películas de Tora-san, famosísimas en Japón y que tiene un total de 48 producciones. Yo en realidad sólo había visto algunas de sus películas de samurais y de la Segunda Guerra Mundial, así que «Musuko», que es contemporánea a los años noventa en que se estrenó, me resultó una pequeña e inesperada sorpresa de lo más grato.
Akio Asano es un hombre mayor y viudo que sigue viviendo en su granja en la provincia de Iwate, mientras todos sus hijos han formado sus familias y se han ido a las ciudades. Al reunirse para conmemorar el aniversario de la muerte de su madre, es inevitable que se aborde el tema de la suerte del patriarca, a quien temen dejar solo en las condiciones en las que actualmente vive pese a su edad, y aunque él insista que lo único que quiere es continuar viviendo así. Por su parte, se sigue en cierta medida las vidas de los hijos, especialmente de Tetsuya, el menor, quien vive en Tokio sobreviviendo con trabajitos y con quien más choca Akio al momento de culpar al otro de no tomar las mejores decisiones.
La cinta es de lo más cotidiana e íntima, contraponiendo las realidades de provincia y de la gran ciudad (sobre todo en sus mundos bajos), y demuestra con una historia muy simple por qué Yamada es de los grandes maestros del cine japonés. O como algunos lo llaman: el último clásico. Cabe mencionar que Tetsuya es interpretado por un jovencísimo Masatoshi Nagase, quien luego volverá a trabajar con el director en la increíble «La espada oculta».
«Catador de veneno», Yoji Yamada
También llamada «Love & honor» en inglés, era la única película de la trilogía de Yamada del ocaso del samurai. Me habían advertido que era la menos buena, pero supongo que cuando estás compitiendo con enormes joyas del cine japonés contemporáneo es una batalla difícil. También en su momento discutí con el amigo que me introdujo a la trilogía sobre cuál era la mejor película de todas (realmente ponderando sólo las otras dos) y yo soy team «La espada oculta».
El nombre de la trilogía viene en parte del título de la primera película de ésta, pero se refiere también al momento histórico concreto en que Japón comenzaba a entrar en la modernidad y el papel del samurai se iba devaluando hasta perder parte de su sentido. Si equiparamos este tipo de historias con las que representan el momento culmen de la ideología samurai o las que ahondan en el papel de los ronin (o samurais sin dueño), podemos imaginarnos que debió ser un golpe terrible para quienes llevaban esta filosofía de vida desde varias generaciones atrás el verse reducidos a vasallos sin más, piezas anacrónicas en un nuevo país.
El catador de veneno es Shinnojo, un samurai de clase baja que sin embargo tiene una vida cómoda gracias a su posición como catador de su amo. Vive con su esposa, Kayo, y sueña con abrir una escuela de kendo en la que no importe el linaje de la familia de los niños que quieran aprender. Todo muy bonito hasta que un día se intoxica con la comida destinada a su señor y pierde la vista. Porque al parecer eso es algo que puede ocurrir, cuidado cuando coman sushi. De modo que si de por sí no le encantaba la vida que llevaba, se encontrará ahora como un residuo del palacio, un efecto colateral. Su nueva condición desencadenará una obvia reacción emocional pero también una serie de problemas familiares que aún pueden teñir lo que queda de su honor de samurai.
La película es buena porque su director es maravilloso, pero es cierto que si la vemos por último (y es la última que se estrenó de la trilogía) puede parecernos que no alcanza la fuerza brutal de las dos anteriores. Aunque vaya si lo intenta. A mí particularmente me resultó un poco extraña la elección de Takuya Kimura como protagonista, o tal vez es que en comparación con las otras dos pierde un poco ante mis ojos. Así que igual y si planean ver la trilogía, podrían empezar por ésta y luego ir subiendo en intensidad.
«47 ronin», Kenji Mizoguchi
Hay bastantes adaptaciones de los 47 ronin, incluyendo una que, recordarán, implicaba a Keanu Reeves en un revuelo político feudal japonés. En este caso se trata de la primera adaptación cinematográfica de un guión teatral inspirado a su vez por la historia real de estos guerreros. El responsable de la adaptación es el enorme Kenji Mizoguchi, reconocido sobre todo por sus películas de folklore sobrenatural, como «Cuentos de la luna pálida de agosto», además de otras excelentes historias de época.
Tal vez a estas alturas todos tengamos más o menos noción de qué va la historia, pero olvidemos por un rato a Keanu Reeves y a la mujer que se convierte en dragón. En esta adaptación se concentran en el aspecto político y casi burocrático de una cuestión samurai, lo que de entrada es bastante curioso y de lo más interesante, aunque uno pueda perderse un poco (o bastante) con tantos nombres y cargos y con un montón de hombres vestidos y peinados exactamente de la misma manera.
El señor feudal Asano Naganori no tiene el mejor carácter, pero su animadversión por el lord Kira Yoshinaka está considerablemente justificado, al menos para nosotros espectadores, tal vez no tanto para el shogun. El caso es que un día, durante los preparativos de un evento en el Castillo de Edo, lo agrede con su espada de tal suerte que lo hiere pero no lo mata. Independiente de lo que haya motivado el ataque, el hecho es una grave ofensa y el shogun Tokugawa Tsunayoshi lo condena a hacerse un seppuku (o harakiri) y se le quita al clan su posición y posesiones. Tras la pérdida de su amo es que todos los samurais a su cargo se vuelven ronin y quieren buscar venganza, pero son convencidos de que deberán seguir antes los pasos correspondientes a su antigua posición y todavía vigente honor para tratar de solucionar las cosas. Son casi cuatro horas y si algo sabemos de los dramas samurais es que nunca se resuelven las cosas hablando.
Aunque se trata de una película de época y todos están vestidos como samurais y llevan espadas, en realidad tiene muy poco de acción y el director no parece concentrarse demasiado en esas partes. Al abordar la historia se concentra en el aspecto humano, en las diferencias de proceder entre los distintos líderes y el modo en que una situación no demasiado compleja se puede ver convertida en un caos debido a la rigidez del código samurai y de las normas políticas de la época. De modo que uno tiene que estar un poco consciente de que por ahí va el asunto (o no molestarle tanto ese desenlace) para realmente poder disfrutar una historia que de otro modo se puede sentir bastante lenta por momentos y un poco confusa al momento de seguir puntualmente quién hace qué.
«Into a dream», Sion Sono
Con todo y que considero que conozco bien la filmografía de Sion Sono, tiene algunas piezas que no dejan de desconcertarme. Y precisamente porque no son tan violentas y delirantes como uno esperaría. Ya sea que haga un drama familiar sobre el cáncer o porque la reiteración del sueño sea absurda pero no increíblemente absurda, como en el caso de «Into a dream». Estrenada en 2005, se encuentra casi justo entre «Suicide circle» y «Strange circus», lo que enfatiza el sentimiento de «¿por qué esto no es tan raro como debería?», aunque es del mismo año que «Hazard», a la cual podría decirse que se parece más. Considerada una comedia negra, su título está inspirado en el de una canción setentera de Yosui Inoue, y esa es la información más exacta que podríamos decir al respecto.
El protagonista es Mutsugoro Suzuki, un actor que empezó como parte de grupos de teatro independientes pero se ha hecho medianamente famoso por salir en algunas series de televisión de dudosa calidad. Lo que al principio tiene sus ventajas comienza a generarle también algunos problemas con su pareja, sus amantes, su antiguos compañeros, por lo que decide huir de todo y regresar a su pueblo natal. También en parte porque sospecha que le han contagiado una enfermedad de transmisión sexual.
Hasta este punto puede parecer una trama en exceso convencional para Sion Sono, y en cierta medida el tratamiento lo es, pero sólo bajándole un par de rayas a su extravagancia usual, lo que significa que su trayecto de regreso estará lleno de secuencias absurdas, delirantes y en las que constantemente no sabemos cuándo el personaje está soñando y cuándo no.
Parecería una suerte de antojo ligero en los inicios de la carrera de un director especialmente extraño (y maravilloso), por lo cual resulta entretenida y disfrutable, pero nos deja con un sabor a poco.
«Bullets of love», Andrew Lau
Creo que ya he dicho antes cuánto me encantan las cintas de acción hongkonesas, aunque luego tengan subgéneros de lo más curiosos. Andrew Lau, director de ésta, es también co-director de «Infernal affairs», que no es decir cualquiera cosa, y encima «Bullets of love» es apenas de un año antes que esa maravilla monumental de la acción. Con todo, poco tienen para relacionarse más allá de las pistolas al por mayor.
Sam Lam es un inspector de la Unidad de Crimen de Hong Kong que ha logrado mucho en contra de organizaciones transnacionales e incluso capturó al importante lider de una, Night. En el juicio, la pareja de Sam, Ann, es la principal fiscal y pese a sus mejores intentos de hacer caer al mafioso, se encuentra con que éste sólo obtiene una ligera pena. Con todo, esto es demasiado para la mafia y mandan a asesinar a la abogada para vengarse de las dos personas involucradas en su caída. Años después, Sam vive en un pequeño y alejado pueblo, donde tiene un bar y se involucra en la vida local, esperando alejarse para siempre de lo que fue su vida anterior. Eso hasta que una fotógrafa japonesa llega al sitio y resulta que es físicamente idéntica a Ann.
La historia tiene algo de trillado y se desarrolla sobre todo en el aspecto romántico, aunque haya mafiosos y sicarios por todos lados; sin embargo, creo que en gran medida lo que la rescata es el contexto de la pequeña comunidad pesquera donde se encuentra Sam y donde realmente sucede la mayor parte de los hechos. La recreación del ambiente local, los escenarios, el seguimiento de un estilo de vida chino que no suele verse tanto en cintas de acción (específicamente de Hong Kong es bastante raro que se alejen de las escenas urbanas), resultan bastante entrañables y le dan mucha más dimensión a Sam y a los demás involucrados de lo que uno podría haber creído con la primera parte. Y yo, que tengo una debilidad por querer viajar a todos lados, ya me veía perdida en una bella y pequeña ciudad de mar hongkonesa cual fotógrafa extranjera, obvio.
Y todo esto también para recordarles que si no han visto «Infernal affairs», no sé qué están esperando.
«El pañuelo amarillo de la felicidad», Yoji Yamada
Y terminé mi mini maratón de Yamada con otra pieza alejada de su cine de samurais, pero igual destaca entre su filmografía, empezando por su simple pero bello nombre.
Dos jóvenes coinciden más o menos por casualidad mientras viajan por Japón: un chico rebelde que huyó de su ciudad con su auto y que está buscando una chica para ligar, y una joven turista que es demasiado penosa para rehusar sus constantes invitaciones. También por casualidad conocen a un tercer miembro para su inusual grupo: un hombre mayor y muy callado, quien les irá contando de a poco su particular historia. La historia con su esposa, más que la típica historia de amor, es una suerte de encuentro entre dos soledades herméticas que se han compaginado bien de un modo inesperado; sin embargo, su vida en conjunto se ve interrumpida por la cárcel, de la que acaba de salir el hombre sin saber si debería regresar a su casa o sólo rehacer su vida en otro lado. Todo esto lo irán descubriendo durante el viaje los jóvenes e involucrándose en el posible desenlace, al tiempo que el viaje por carretera por distintos sitios de Japón no deja de ser algo atropellado.
Entiendo que parte de la idea era contraponer la relación del hombre con su esposa, de varios años y desprovista del romanticismo exagerado, con la de los jóvenes impulsivos que van en el road trip, pero si por algo no disfruté plenamente de la cinta es porque resulta demasiado evidente ese tópico de ‘qué divertido es acosar a las mujeres, total es lo que ellas quieren’ en el hecho de que el chico rebelde esté presionando todo el tipo a la chica y ella sea incapaz de decir que no. Entiendo que eran los setenta pero podría haber prescindido totalmente de ellos para contar la historia que aparentemente se quería contar: la de un hombre que se plantea cómo rehacer su vida después de la cárcel. Lo cierto es que de resto Yamada es capaz de salvarlo todo e incluso los detalles que en cualquier otro caso podrían haberme resultado cursis terminaron por conmoverme de algún modo, final incluido.
Lo que encontré realmente sorprendente, después de haberla vista, es que está inspirada en una columna escrita por el periodista Pete Hamill para el New York Post a inicios de los setenta. Y que cuenta con un remake estadounidense de 2008 protagonizado por William Hurt, Maria Bello, Kristen Stewart y Eddie Redmayne. No sé ni cómo imaginarme eso. Sobre todo porque la película y su modo de enfrentarse a la trama es muy japonés, de modo que no quiero ni pensar en cómo hicieron la adaptación (porque aparece como remake, no como otra adaptación del mismo material original).
«Swades», Ashutosh Gowariker
Siguiendo con el mini maratón de Shah Rukh Khan, no sé por qué pensaba que «Swades» sería también una película mayormente seria, sospecho que el póster me condicionó un poco en ese sentido porque no se ve del tipo colorido de Bollywood usual. Y aunque sí que tiene un cierto aspecto de su historia más allá de los bailes y la música, es más bien una muestra del tipo de ‘película con trama algo seria’ que suele presentarse dentro del formato más habitual para esta cinematografía.
Mohan Bhargava es un hombre exitoso que trabaja en la NASA. Huérfano desde pequeño y tras varios años viviendo en Estados Unidos, ha empezado a pensar mucho en su nana, Kaveri Amma, quien prácticamente lo cuido cuando sus padres murieron y con quien perdió contacto hace años. Su plan ahora es tomarse unas vacaciones en India para buscarla y convencerla de que se vaya a vivir con él a Estados Unidos, donde la cuidará durante su vejez. Por razones desconocidas, creía que la labor sería fácil, porque al parecer no hay suficientes personas en India, pero se ve en la necesidad de desviarse un poco de su ruta en busca del pueblo natal de Kaveri, lo que será apenas la primera parte del proceso de empezar a convencerla de que se vaya con él. Mientras eso sucede, obviamente nos vamos hacia la subtrama de ‘hombre exitoso de ciudad se ve obligado a vivir en un pueblo para reflexionar sobre su propia vida’.
De manera general la cinta no tiene grandes sorpresas y obviamente incluye una subtrama romántica (¿de dónde sacarían las canciones si no?), pero me pareció interesante el modo en que incluyen temas de relevancia social como la cuestión de las nanas, mujeres básicamente de servicio doméstico que terminan por criar a los hijos de otra familia (en este caso muy literalmente), el cuidado de los adultos mayores y la organización para el bienestar comunitario. Es obvio que estos temas tampoco son abordado en toda la profundidad que podrían, pero creo que se presentan de un modo en que dejan ver que no deben sacrificar el divertimento propio del cine y sus espectáculos para al mismo tiempo poder hacer una historia que vaya más allá del chico-conoce-chica o cualquiera de sus variantes. No recuerdo particularmente ninguno de sus números musicales, lo que seguro quiere decir que no eran tan buenos, pero sí recuerdo bastante al personaje de Khan, que es incluso adorable considerando su cliché de chico de ciudad que no se entera de nada.
«Dilwale dulhania le jayenge», Aditya Chopra
Y terminamos el mini maratón de Shah Rukh Khan con, ahora sí, una super típica producción bollywoodense. Una además considerada bastante clásica dentro de los últimos años (es noventera) y que de hecho suelen mencionar con cierta regularidad en otras producciones, debido a que se le ve como una de tantas grandes historias de amor bollywoodenses.
¿Pero qué hemos aprendido de las supuestas grandes historias de amor? Que yo ya no las aguanto como tal vez alguna vez pude hacerlo. Raj y Simran se conocen durante un viaje a Suiza. Ambos provienen de familias indias que viven en Londres pero son radicalmente distintos: Simran tiene un padre conservador y controlador que básicamente quiere seguir viviendo como si estuviera en India, de modo que incluso el básico permiso de que su hija se vaya de viaje con sus amigas (sobre todo considerando que está prometida en matrimonio arreglado) fue toda una odisea. Raj por su parte es un desmadre, es millonario, su padre viudo lo consiente en todo y es bastante liberal, así que lo del viaje es lo de menos. Su encuentro sigue la típica fórmula de ‘se odian-se aman’ y ‘le jalo las trenzas porque me gusta’. Y aunque hay cosas de esa parte de la historia que tienen su encanto, con todo que sea Shah Rukh Khan estoy harta de esas historias de maltrato velado disfrazadas de amor. Sobre todo porque la vida de Simran ya era miserable, yo también querría huir con el primer millonario que me haga caso.
De hecho es posible que lo peor de la película es que no pude dejar de verla: su elección musical y sus coreografías son cautivantes. Y Kajol es demasiado fantástica y bella. La parte de la trama que corresponde a su lado, aunque quieras abofetearla por hacerlo todo mal, es de lo más interesante, sobre todo en la relación con su madre. Y pues básicamente está todo pintado para que odies al padre y a todos los familiares conservadores, y luego también odies a Raj por montarse su sermón de que hay que hacer las cosas ‘by the book’. Básicamente es como cuando odias a Pedro Infante por ser parte de la narrativa del Cine de Oro. Pero ahí estás, no puedes dejar de verlo.
Seguro muchos dirán que es una pieza obligatoria en la historia del cine indio y aunque yo la disfruté de un modo masoquista, no tengo ningún problema con quedarme con las producciones en que Shah Rukh Khan es adorable y no maltrata mujeres.
«R100», Hitoshi Matsumoto
Matsumoto es un director que, de lo que he visto, me gusta bastante. No es que tenga una carrera larga (de hecho sólo tiene cinco largometrajes al momento), pero «Symbol» y «Scabbard samurai» me parecieron maravillosas y muy originales. De modo que tenía bastantes ganas de ver «R100» aunque ya había leído más de una mala crítica al respecto, y supongo que en parte por ello no tuve demasiada prisa en darle su momento.
Takafumi Katayama es un oficinista genérico japonés (también es Nao Omori, aka Ichi [the killer]), viudo y padre soltero, bastante introvertido y callado, quien se inscribe a un misterioso club de sadomasoquismo que involucra que cualquiera de sus dominatrix (cada una con una habilidad particular) pueden atacarlo en cualquier momento en cualquier lugar. Pese a que desde el inicio estos ataques parecen demasiado, Takafumi parece disfrutarlos de lo lindo, eso hasta que comienzan a meterse con su vida privada (quién sabe qué pensaba que significaba ‘en cualquier momento, en cualquier lugar’). Pero llegado a ese punto, Takafumi se dará cuenta que no será tan fácil librarse del contrato como fue aceptarlo.
Diría que la película es básicamente eso, pero también hay otras como subvertientes todavía más inexplicables que no es posible ligar a modo de sinopsis con el resto de la trama. De modo que: confusión. Pero lo peor de todo: confusión sin que parezca llegar a ningún tipo de conclusión. La primera parte, en lo relativo a las humillaciones, es entretenida y de lo más original precisamente porque la idea del club es bastante buena y las habilidades de las dominatrix son de lo más inesperadas. Para mí siempre destaca la participación de Hairi Katagiri, que me parece una excelente actriz que ha podido aprovechar un físico muy poco normativo (sobre todo en comparación con la idea de belleza japonesa). Pero luego cuando la situación va escalando, uno como espectador puede perderse por completo, y la justificación seudo cine-de-arte (irónica, obviamente) tampoco sirve para que entendamos qué es lo que quería hacer el autor. Así que lo mejor es rendirse al absurdo y no verla únicamente por ello, sin esperar nada después.