En la última entrega de los Óscares, entre las necesarias nominaciones a Disney y similares, se coló una producción francófona de la que no muchos sabían algo en aquel entonces. «Ma vie de Courgette» se mostraba como una película de stop-motion con protagonistas infantiles y prácticamente imposible de ver. Pese a su melódico título en francés, la traducción de «Mi vida como un calabacín» era enigmático, en el mejor de los casos, tanto como lo fue encontrarla en cartelera aunque sea colgándose de las salas de arte.
Desde el poster veníamos venir que los protagonistas eran increíblemente adorables.
Calabacín se llama realmente Icare (gran nombre para un niño suizo-o-francés adorable) y vive únicamente con una madre alcohólica hasta que ella muere en un accidente y él es llevado a una casa de servicios sociales para niños que han sido separados de sus padres por distintos motivos. Ahí conoce a Simon, Ahmed, Alice, Jujube, Bea y Camille, con sus propias historias y traumas, y pese a un inicio no particularmente amable, van conformando a su modo una especie de familia.
Esta representación de la vida de (un) Calabacín es una película bastante corta (dura apenas una hora) y con una historia muy específica: el paso de un pequeño huérfano por una casa hogar y el modo en que vislumbra que puede rehacer su vida después de ese proceso. Todo esto en un país (aunque no nos queda claro si es Suiza, Francia o un espacio francófono-europeo ficticio) en el que la cuestión burocrática no es esencialmente problemática: Calabacín es atendido por un policía amable, llega a un sitio donde la directora, profesores y orientadora están realmente preocupados por el bienestar de sus pequeños (que además son pocos) y en el que los jueces realmente llegan al fondo de las situaciones espinosas. Pero incluso en ese lugar ideal para ser huérfano, la historia tiene que lidiar con una condición ulterior e inevitable: el abandono. La sensación de ya no ser queridos.
Padres drogadictos, criminales, migrantes ilegales, enfermos mentales, muertos. Esa familia que no vemos pero que se asoma en ciertos comentarios explica ese micromundo con niños acosadores, autistas, desconfiados, tan necesitados de amor, que oscilan entre tener la segura de que lo reciben de las demás personas que habitan esa casa al tiempo que sueñan con que algún día podrán reencontrarse con aquello que perdieron. De un modo u otro. Calabacín desea regresar con una madre que ni siquiera estaba presente cuando todavía estaba viva, mientras va descubriendo el extraño nuevo mundo de ese hogar de niños abandonados.
Yo te adopto, Calabacín </3
La película está magistralmente realizada en todos los sentidos. El stop-motion no sólo está increíblemente detallado, sino que tiene un estilo de lo más particular y bello. Una estética que representa maravillosamente ese universo infatil, tierno, pero inevitablemente triste. Y el cuidado por cada uno de los detalles puede notarse hasta en las cosas en las que uno podría no fijarse fácilmente: por ahí hay un momento en que uno de los personajes respira con angustia física y esto se nota únicamente en los movimientos de su pecho. Por otro lado, la historia, sin tener que ser increíblemente compleja, sin regordearse en los aspectos más trágicos de la vida de sus protagonistas, es maravillosa y redonda. Es tanto una fábula como una dura historia real, que apela tanto a un posible público infantil (porque todos son demasiado adorables) como a las emociones más profundas que un adulto puede entender detrás de todo lo que no se dice. Al finalizar, me quedé con un sentimiento que no muchas películas pueden transmitir, de una profunda alegría mezclada con una también profunda tristeza.
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Es muy difícil establecer una comparación con «Kubo», sobre todo porque la intención de las historias es bastante diferente, pero sospecho que de haber visto «Ma vie de Courgette» antes de los Óscares, podría haber sido mi favorita. Una película increíblemente bella y con una increíble técnica que no me molestaría ver en ese cine ‘dirigido a los menores’.
Las palabras no me alcanzan para expresar todo el amor que despertó en mí la cinta.
«La vida de Calabacín» o «Ma vie de Courgette» es una coproducción del 2016 entre Suiza y Francia. Dirigida por Claude Barras (es su primer largometraje) y con voces de Gaspard Schlatter, Sixtine Murat, Paulin Jaccoud («Moka», «La petite chambre»), Michel Vuillermoz («A very long engagement», «Midnight in Paris», «Atonement»), Raul Ribera, Estelle Hennard, Elliot Sanchez, Lou Wick, Monica Budde («Un homme sans histoire», «L’écart»), Adrien Barazzone («La vanité», «Les grandes ondes (à l’ouest)», «Low cost (Claude Jutra)») y Véronique Montel («Quelques heures de printemps»). Tiene 7.8 estrellitas en imdb, 7.5 en filmaffinity y 100% en el tomatometro (!!). Queda en pocas salas de arte, pero si tienen oportunidad, no duden un segundo en ir a verla.
Buscaré la manera de verla, pero sinceramente dudo mucho poder encontrarla.