Parece que fue ayer cuando reseñaba «Fatale», mi primer encuentro con el equipo creativo de Ed Brubaker y Sean Phillips, y que no tardó demasiado en convertirse en una de mis lecturas favoritas de ese año (y eso que lo leí en enero – del 2015). Aunque a mí me ha tomado un par de años reencontrarlos, en realidad «The fade out» fue planeado y presentado al poco tiempo de terminar «Fatale»: su primer número se publicó apenas un mes después de concluida la serie anterior, ya que tenían la ventaja de un contrato seguro con Image que les permitía trabajar en nuevas series sin tener que presentarlas previamente para su aprobación. Y si en su historia anterior el autor mezclaba un claro amor por el noir clásico con un grotesco pero maravilloso toque lovecraftiano, es evidente que no se fue demasiado lejos al concebir su siguiente trama.
Esto no parece en absoluto un noir del Hollywood de los 40.
Charlie Parish es un guionista que trabaja en Hollywood, sufre estrés postraumático tras regresar de la Segunda Guerra Mundial y es incapaz de escribir. Esto, en sí mismo, no está demasiado mal porque sirve de pantalla para su amigo Gil, quien ya no puede presentar sus guiones por encontrarse en la lista negra del macartismo. Como si vivir traumado y decadente en medio del glamour de un Hollywood obsesionado con la caza de comunistas no fuera suficiente, los problemas de Charlie (que conciernen directamente al argumento del cómic) empiezan cuando se despierta tras una noche de borrachera en la casa de la joven actriz Valeria Sommer, protagonista de la problemática producción en la que ambos trabajan. Valeria, una glamorosa rubia platino, yace muerta y muy notoriamente asesina, mientras que Charlie huye antes de verse involucrado en el crimen.
Pero una cosa es no querer verse asediado por la sospecha de una investigación criminal y otra muy distinta que el suceso sea resuelto legal y mediáticamente como un suicidio, cuando Charlie está bastante seguro de que no lo es, y de que detrás de esas excusas están los intereses de mucha más gente de la que alcanza a percibirse dentro del complejo mundo de la producción de cine. Dispuesto a encontrar su propia versión de justicia y acompañado del menos templado de los side-kicks, la trama se irá convirtiendo en una historia clásica de la literatura negra al tiempo que se expande para mostrar mucho más allá del solo misterio de una joven asesinada.
Todo parece indicar que éste es el tipo de tramas que le gusta contar a Brubaker, aunque él creyera que la premisa podría no ser demasiado atractiva para el público en general (no sé por qué, ya que la literatura negra nunca ha dejado de tener sus seguidores), aunque a diferencia de su serie anterior que parecía concentrarse bastante en el misterio principal, aquí nos encontramos con un abanico de ramificaciones argumentales que buscar crear un contexto más complejo más allá de la situación ‘detectivesca’.
No hay que olvidar que Charlie es veterano de guerra, uno de sus tantos tormentos que suelen distraerlo de su no muy clara cruzada por la justicia, por no mencionar el enorme reparto de personajes secundarios y fugaces con sus propias motivaciones. Algunas de las cuales se profundizarán en su momento, pero muchas que apenas alcanzaremos a entrever por medio de su participación y algunas pistas vagas. Aunque Brubaker termina por acomodar cada pieza en su lugar, este pequeño laberinto será uno de los primeros inconvenientes que puedan distraernos para disfrutar enteramente de una historia que parece tener mucho más detrás de lo que finalmente llegó al papel.
Aunque es innegable el talento del equipo creativo del cómic, incluyendo a la colorista Elizabeth Breitweiser cuyo trabajo es el que más luce por momentos, no puedo decir que me parezca la gran obra maestra que en varios señalan: el punto más alto (hasta el momento) de la exitosa carrera de su autor (y tangencialmente, de su dibujante). Creo que por cada aspecto en el que demuestra una madurez creativa, hay otros elementos que no terminan por crear una historia redonda. Y esos cabos sueltos no se manifiestan únicamente en la narración, sino también en algunas cuestiones más técnicas.
Debo confesar que me costó reconocer la principio el arte de Sean Phillips, que tanto me cautivara en «Fatale». Aunque eventualmente uno llega a encontrarlo en esos trazos, sobre todo en algunas viñetas que destacan poderosamente, en la mayor parte de la historia no aprovechan en absoluto el aspecto estético para darle más fuerza a la ambientación o los personajes. Sobre todo con clichés tan fáciles (y ya antes trabajados) como las femme fatale, que en algunas ocasiones lucen casi hasta mal trazadas. Y es que en general no podría decir que haya sido un aspecto que destacaría especialmente, dada su presentación irregular.
Respecto a la historia, mi principalmente problema es que siento que los muy diversos puntos que se esforzó por tocar nunca llegaron a encontrarse del todo, lo que de manera individual les restó la fuerza de una historia bien contada. Si el ‘caso’ central es bastante interesante, con asesinatos, comunistas, secretos oscuros y Hollywood (de lo más glamoroso a lo más decandete), nos apartamos tan frecuentemente de él que uno espera que al final todo encaje. Y no es que esperara un final feliz o una resolución perfecta, creo que es claro que la historia juega a ‘alejarse de la ficción’, pero la sensación final es de nos presentaron una historia que no fue la misma con la que terminamos.
Pero, esa soy yo. Y eso no quita que (si no han leído «Fatale») es un cómic bastante disfrutable una vez supera uno la confusión inicial. Eso sí, que si sólo pueden leer un cómic de Brubaker & Phillips en la vida, yo no diría que debería ser su primera opción (ajam, «Fatale», guiño guiño).
Pueden comprar «The fade out» en inglés en El Péndulo (el acto uno o la compilación completa -supongo-).