«Three identical strangers», Tim Wardle
Una de las maravillas de los documentales es que nos acercan a historias increíbles que suceden en cualquier parte del mundo. «Three identical strangers» tiene una premisa de por sí sorprendente y es, además, una historia que no deja de dar giros inesperados cuando nosotros creíamos que la situación no podía ser más extraordinaria. Estrenado el año pasado, el documental apareció en algunas listas de las mejores películas que se estrenaron durante el 2018.
Robert Shafran es un joven que entró a la universidad en el estado de Nueva York y se sorprendió de encontrarse con que la gente era muy amable con él sin conocerlo. Demasiado amable. Cuando empezaron a llamarlo Eddy pensó que tal vez no era del todo normal ese afecto. Antes de que tuviera que descubrir el hilo negro del asunto, otro chico fue a preguntarle si era adoptado y a decirle que estaba seguro de que tenía un hermano gemelo, Edward Galland. Esta eterna trama de ‘separados al nacer’ sin duda no deja de ser una conmoción y la historia fue compartida por algunos periódicos. Del otro lado del estado, amigos de David Kellman leyeron la nota y notaron cuán increíblemente parecido era éste con los dos gemelos.
La idea de trillizos separados al nacer, criados por diferentes familias y que se reencuentran casualmente casi 20 años después parece sacada directamente de una película. De hecho creo que hay un capítulo de «Los expedientes secretos X» similar. Pero, como les dije, esto es sólo el principio. Mientra seguimos la parte más ‘convencional’ (tanto como en este caso puede serlo) de la vida de los hermanos tras su reencuentro, otra historia comienza a gestarse detrás aunque nosotros y ellos tardemos algún tiempo en darnos cuenta.
Casi 40 años del inesperado encuentro, la cinta puede hablar a profundidad de muchas más cosas que el sensacionalismo inicial, y sin duda poco se necesita avanzar para darnos cuenta que es este cúmulo de extraordinarias circunstancias las que componen en gran medida la fuerza del documental. Aunque al final nos demos cuenta de que la otra parte de esa fuerza es lo que no se nos dice y que tal vez ni ellos ni nosotros alcancemos nunca a ver.
«La libertad del diablo», Everardo González
Desde que se empezó a publicitar «La libertad del diablo» recuerdo las imágenes del poster y algunos fotogramas en los que aparecen personas con el rostro cubierto por una tosca máscara. Algo indicaba desde entonces que así se veía la maldad: sin gestos definidos. Sin embargo, apenas empezar el documental, entendemos que muchas cosas se muestran a través de esas máscaras, incluidos el dolor y la pena.
La línea de lo que quiere mostrarse en realidad es bastante suave: testimonios de lo que sucede en México desde que la violencia ha hecho casa en todos lados. Con las máscaras hablan familiares de desaparecidos, de muertos, hablan víctimas, hablan soldados, sicarios, personas atrapadas en un mundo que no entienden. Madres, niños. Eso es lo único, que hablen mirando a la cámara y que cuenten lo que quieran. Cómo desaparecieron, quién se lo llevó, qué hicieron después, hasta dónde llegaron. Cómo entraron, a quién mataron primero, lo peor que les ha sucedido dentro, lo que todavía esperan hacer. En ese caos no hay un orden claro, ni un destino argumental al cual podamos dirigirnos. Así como la guerra perpetua que se libra en algunos estados no parece tener pronta solución ni se divisa el fin del conflicto.
Este tipo de testimonios puede ser engañoso porque ¿cómo se mide un sentimiento? ¿Cómo medimos si la historia es lo suficientemente triste o si la anécdota es lo suficientemente cruel? No tenemos modo de saber si esto es el fondo, si es lo peor que podemos escuchar, pero tal como se presentan las cosas en el país suponemos que no lo es. Que hay mucho que no se puede transmitir en cámara, que no se puede contar. Y que hay muchas otras personas que tendrían cosas más terribles que contarnos.
El documental sólo sirve para que escuchemos en primera persona algo que ya sabemos pero que nunca está de más recordar, individualizar. Sin embargo, me parece, falta que vaya a alguna parte, aunque es difícil dilucidar a dónde.
«Rats», Morgan Spurlock
Últimamente han salido una cierta cantidad de documentales que rozan muy exitosamente el terreno del género de terror, lo cual no es poca cosa. De hecho cuando estaba por ver «Rats» estaba convencida de que era una película de terror, y seguro me habría ido mucho mejor con hipotéticas ratas ficticias con lo que estaba por encontrarme, y eso que no soy particularmente delicada en lo que respecta a lo poco higiénicas que son o lo poco estéticas que puedan verse.
Es cierto que Morgan Spurlock (director y sujeto experimental de «Super size me») gusta de provocar al espectador, pero también es cierto que con el tema de las ratas no hay que buscar demasiado para que eso sea tarea fácil. Con un formato que roza con el reportaje televisivo (de hecho fue patrocinado en parte por Discovery Channel), el documental se divide en partes que buscan presentar distintas perspectivas de las ratas, aunque ninguna muy halagadora.
El entrenamiento de los revisores de sanidad de Nueva York para que detecten ratas por la ciudad, científicos que post-Katrina investigan cómo han mutado las ratas de la zona y qué tipo de enfermedades pueden transmitir, exterminadores cuasi artesanales en India que matan ratas por las noches con sus propias manos, campesinos de Camboya que se han visto obligados a convertirse en cazadores de ratas para venta tras el fracaso de sus cultivos, cocineros en Vietnam que compran ratas de campo para preparar platillos de la zona, cazadores ingleses convertidos en exterminadores con perros especialistas en rastrear ratas, científicos en la zona de Reino Unido donde las ratas soportan más veneno sin morir que en ninguna otra parte del mundo. Entre una y otra, muchas escenas de ratas, más exterminadores, fotos de lo que la leptospirosis puede llegar a hacer en sus peores fases. Creo que yo ya estaba aterrorizada desde los restaurantes de Nueva York, pero una vez llegando a los exterminadores de la India supe que la situación no podía ser peor (spoiler: siempre puede ser peor).
Y sin embargo, es de lo más interesante aprender cosas sobre las ratas mientras uno está horrorizado. Y es que además del espectáculo de horror y la propaganda fácil, cada una de estas partes es elegida para enseñarnos algo sobre las ratas que va más allá del hecho sabido de que van a sobrevivirnos a todos. Hacia el final casi que uno puede empezar a hacer las paces con ellas sabiendo que no hay modo de librarse.
«The People vs George Lucas», Alexandre O. Philippe
Aunque crecí viendo la trilogía original de «Star Wars» y disfrutándola bastante, nunca me consideré especialmente fan. De modo que, muchos años después, me parece un fandom de lo más difícil de decifrar y hay muchas cosas que no entiendo, en gran parte debido a que me falta contexto. Creo que eso era lo que podría darme «The People vs George Lucas», ya que de entrada se me perdía el sentido de la enunciación de demanda en el título.
Tampoco es que estuviera perdida en el aspecto meramente histórico, pero lo que el documental presenta no es únicamente un seguimiento de fechas y circunstancias, sino que registra lo que se enuncia como el desencanto de los fans con George Lucas. Es un seguimiento extraño, en tanto que es difícil entender un fandom (sobre todo uno tan apasionado) si no se está dentro, pero sin duda hace un excelente intento de acercarnos a una serie de momentos que parecen clave para entender lo que sucedió desde el estreno de la primera trilogía. De algún modo parece traducirse como que una gran explosión de emociones como la que conllevó la serie de películas no podrían ser manejadas fácilmente a futuro, eso sumado al hecho que el manejo de Lucas sobre su producto fue sin duda de lo más engañoso. Es cierto que se centra sobre todo en los aspectos negativos de este manejo y explotación posterior (Mark Hamill dijo que el documental era «an open invitation to trash George»), pero creo que la contraparte no es necesario enunciarla, todos conocemos el aspecto positivo de la saga. Pero si necesitamos mirar ‘su lado oscuro’, sin duda hay mucho que tenemos que escarbar antes. Y eso que, siendo estrenado en 2010, no se llega a hablar de las películas más recientes y lo que el fandom ha hecho en estos años.
«Made in Bangladesh», Lysanne Louter
Parte de la serie «The fifth estate» que presenta documentales desde 1976, esta cinta se va, como su nombre lo indica, hasta Bangladesh. En 2013, debido a las inadecuadas condiciones de trabajo, un enorme edificio de talleres de maquila colapsó al incendiarse y en él perdieron la vida más de mil trabajadores, difícil saber el número exacto al encontrarse también ellos trabajando en una delgada línea entre la legalidad y la explotación. Las investigaciones fueron entorpecidas por diversos intereses, por lo que no se pudo obtener toda la información sobre lo que se trabajaba ahí, aunque parte del material recuperado indicaba que varios de los talleres trabajaban para marcas estadounidenses como las de ropa de Walmart. Más allá de la diferencia obscena que pueda existir entre lo que cuesta una prenda y el pago que recibió la persona de país tercermundista que la elaboró, el documental profundiza en todas las peligrosas implicaciones de convertir un país pobre en una enorme maquila sin seguridad.
Con un formato de reportaje, la historia va desde los primeros testimonios (supervivientes de la tragedia y familiares de las víctimas) para ir hilando los intereses de grandes empresas extranjeras y el modo en que trabajan aprovechando las circunstancias penosas del país. Aunque es algo que puede sonar ya lo suficientemente sabido (más considerando que el documental es de 2013), lo cierto es que una cosa es tener la idea de que todo tiene intereses ocultos y otro ver cómo trabajan éstos hasta llegar a tragedias como la que da origen a la cinta. Con poco menos de una hora de duración, nos deja la sensación de que es un tema en el que bien podría profundizarse mucho más.