Alan Moore no siempre fue el Alan Moore místico-genio-rasputín que todos conocemos (y tememos un poco) actualmente. Tanto como Miracleman, antes Marvelman, no siempre fue el superhéroe rubio, complejo y omnipotente que todos conocemos.
¿Qué? ¿Que no todos lo conocemos?
Ok, no. La historia de Miracleman, como personaje y como saga, está llena de obstáculos, batallas legales y un largo olvido editorial, pero está también llena de la grandeza de una ‘época dorada del cómic’ que sólo Moore podría haber escrito, y que más aún sirvió para consolidarlo como el prometedor escritor de cómics que todos querían tener de su lado en un momento en que apenas comenzaba a publicar historias de más de un número en revistas ocasionales. Se trataba de un intento de revivir a un personaje ya creado pero no demasiado conocido, una suerte de Superman inglés (aunque se supone que su contraparte sea Capitán Marvel) del que nadie quería hacerse responsable. Nadie excepto Alan Moore, no sabemos si por un deseo específico de transformar ese semi-dios rubio en un personaje propio o sencillamente por hacerse cargo de un superhéroe. Cualquier superhéroe. Aunque sea un superhéroe que al decir «atomic» al revés se convierte en un acartonado emblema de todo lo bueno que puede ofrecer un universo superheroico.
Si ya conocen a Moore, sabrán hacia dónde se dirige esto.
Partiendo de un personaje ya construido con una historia desordenada y tópica (el original Marvelman fue creado en los 50), el ‘reinicio’ de esta saga, que empieza con un número llamado justamente «Rebirth», Moore reajusta la historia para construir, básicamente, el primer perfil de un superhéroe moderno. Llevando la ambientación a su momento, el Reino Unido de los años 80 (del que Moore se sentía especialmente decepcionado por el thatcherismo) y sentando las bases (que ahora pueden sonar tan común) de la psicología ‘humana’ del superhombre. En esta versión, Michael Moran es un periodista no demasiado exitoso, aquejado por pesadillas y migrañas, que siempre tiene una palabra en el límite de la memoria y que nunca consigue recordar (en contraposición con la versión original, en que un astrofísico lo convierte muy campantemente en superhombre). Ese alterego que despertará cuando el reportero se vea en una situación de especial estrés, es prácticamente un otro-yo: no es sólo el hombre con capa, sin los lentes, con la máscara, sin el flequillo. Es un semidios escondido metafísicamente en el cuerpo de un hombre mediocre, que desde ese momento dependerá física y emocionalmente de esa ‘magia’ para estabilizar su mundo y todo lo que de él cree conocer.
A lo largo de sus 16 números (que oscilan entre las 16 y las 30 páginas) se recorren y se reacomodan varios de los tópicos de las historias clásicas (y un poco burdas) de superhéroes: el origen mágico, la familia superheroica, el equilibrio con su identidad, los archienemigos, las invasiones intergalácticas y el lugar que ocupa un superindividuo en el mundo y en el universo. Pero todo reinterpretado desde el complejo lado humano, el que no se arregla mágicamente con sólo decir «kimota». Moore desarrolla por primera vez la entropía obvia que conlleva la presencia de un metahumano en sus mundos y la entrelaza con el caos inherente a la realidad inmediata. Moran pasa de la mediocridad humana a la ilusión del poder y a la mitología de su condición de dios en un mundo de mortales. Y pese a la brevedad de la historia en su conjunto (finalmente, una saga de 16 números para un superhéroe estándar es cosa de nada) consigue abordar otros temas, tanto relacionados con este tipo de historias como otros incomprensiblemente ignorados, desde nuevas perspectivas que van sumándose a lo que a todas luces busca proyectarse como una historia épica. Una epopeya de ciencia ficción que revista a un personaje mundamante superheroico en su justa condición de héroe.
Después de que Moore cerrara su ambicioso arco con Miracleman (aunque hay otras historias cortas por ahí), el cómic fue retomado por un joven escritor que se iniciaba en los cómics: Neil Gaiman. Mítica combinación por donde se vea, aunque no hayan coincidido realmente en la historia (de cualquier modo, Gaiman entra al mundo de los cómics justamente por Moore y el universo entero ganó con eso). Independientemente de que en otro momento abordaremos la aportación de Gaiman al personaje, la saga fue interrumpida por decisiones editoriales y, posteriormente, por una larga batalla legal en la que muchas distintas partes querían hacerse con este atómico pastel (aunque con la popularidad actual de Miracleman, eso pueda sonar medio inexplicable). No sorprende demasiado que al final Moore solicitara que se retirara su nombre de los créditos en las nuevas reediciones, acreditándose únicamente como ‘The Original Writer’ (nada pretencioso).
Siendo una pieza que ahora suena tan lejana y perdida (sobre todo si tomamos en cuenta que se empezó a publicar al mismo tiempo que «V de Vendetta»), es necesario destacar su capital aporte a la narrativa de superhéroes actual y su increíble vigencia actual pese a las décadas que nos separan de ella.
Y como si necesitáramos muchas más excusas para querer algo de Alan Moore.
Ah, ¿ya mencioné que tiene mucha violencia gráfica y contenido sexual no apto para niños?
(No lo lean, niños)
Pueden comprar la saga en tres números de Miracleman en inglés en El Péndulo o en español en Casa del Libro.
‘The Original Writer’ a este paso no va a quedar nada con su nombre en el Titulo.